Los certámenes literarios (II)
A estas alturas de la película, creer en la ecuanimidad de los certámenes literarios convocados o auspiciados por entidades editoriales es como creer en los reyes magos. Como concepto resulta tan entrañable y reconfortante como irreal. Tras estas convocatorias se esconden, por norma general, intereses e intenciones que nada tienen que ver con el loable fin con el que se supone que se convoca un certamen literario. Uno de los casos más paradigmáticos, recurridos y recurrentes es el premio Planeta. La reciente boutade de Marsé como jurado de la última edición de dicho certamen tan sólo sirvió para hacer notorio —que no público— un supuesto secreto a voces conocido por todos en el milieu literario: que el Planeta es un premio de encargo —baste decir que se negocia hasta con dos y tres años de antelación— instaurado para mayor gloria y promoción de la editorial que lo convoca y que esta no busca sino rentabilizar su inversión galardonando textos que sean fácilmente vendibles —por el carisma de sus autores, por su repercusión, por su renombre o vaya usted a saber porqué— pero que no siempre van acompañados de una deseada calidad literaria.
La principal servidumbre que arrastran este tipo de certámenes literarios es que forman parte de un entramado que, más que literario, es comercial. Que son, en su mayor parte, no una manera de promocionar la buena literatura sino una forma de obtener una notoria publicidad y de provocar un gran y masivo impacto mediático —les recuerdo que la entrega del premio Planeta se reseña hasta en el Telediario— que ayudará a aumentar sus ventas y, por tanto, sus beneficios empresariales. Y aquí es donde las editoriales, desde un punto de vista estrictamente comercial, siempre pretenderán jugar a caballo ganador. Y preferirán asegurar la venta de 200.000 ejemplares de X que apostar por Z aunque cupiera la remota posibilidad de que Z terminase vendiendo 400.000 por una razón muy simple: de Z tienen la posibilidad pero de X tienen la certeza. La pela es la pela y lo invertido en ese circo es demasiado como para correr el riesgo. Ese, por ejemplo, es uno de los motivos por los que este tipo de premios jamás queda desierto. El despliegue táctico es lo suficientemente costoso como para permitirse el lujo de que, ese año, no puedan disponer de ningún lanzamiento que permita su amortización.
Cabe remarcar dos cuestiones: una, que la jugada de encargar un premio literario tiene muchas veces por finalidad el incorporar a la editorial a acreditados autores de otra escudería. El resultado es redondo. En lugar de tentarles con millonarios anticipos y prebendas, se les tienta con el premio de un certamen de elevada cuantía y reconocimiento público con lo que la editorial aprovecha el mismo dinero dos veces, una para convocar un premio que despierta ese interés mediático y otra para captar al autor en cuestión. Más económico, imposible. Más amoral, también. Más que nada por deferencia a todos aquellos aspirantes a dichos certámenes que se presentan con su mejor voluntad y que, sin saberlo, terminan ejerciendo exclusivamente de figurantes. La otra cuestión es que la jugada —la de forzar un vencedor—, aunque en muchas ocasiones se haga por las bravas, no siempre se produce con la connivencia del jurado. En ocasiones, incluso, se guardan un poco las formas. Sobre todo cuando, como miembro del jurado, se elije a una gran personalidad reacia a ese tipo de tejemanejes pero que, con su presencia, podría dotar de cierta pátina honorable el evento. Por ello, existen determinadas fórmulas alternativas para que el editor consiga sus fines sin involucrar al comité evaluador y el proceso es tan sencillo como eficaz.
Como resulta obvio, es materialmente imposible que el jurado de un certamen literario que reciba 500 —417 en la última edición del Planeta— manuscritos se los lea todos. Prueben ustedes mismos a calcular cuanto tiempo tardarían en leer 500 libros y comprenderán lo que les digo. Por ese motivo, en todos los premios de afluencia masiva —que suelen ser los más populares y conocidos—, se instaura los denominados comités de lectura, es decir, grupos de personas que criban los manuscritos recibidos reduciendo esos iniciales 500 a diez o quince como mucho. Y esos son los que termina evaluando el jurado para emitir su veredicto final. La trampa —por parte del avispado editor— consiste seleccionar nueve manuscritos infumables —que los habrá. No sabes ustedes las cosas que se presentan a los certámenes literarios— y añadirle uno de su interés. Al jurado, aunque sospeche sobradamente la jugada —sobre todo si ya cuenta con cierta experiencia en estas lides—, no le quedará más remedio que seleccionar el único que posea algo de calidad aunque esta sea ínfima y casualmente —¡oh, maravilla!— resultará ser el introducido por el editor. A algo de eso podría estar refiriéndose Marsé cuando enunció en público lo de «seleccionar la menos mala».
Respecto a la cuestión del encargo del premio Planeta siempre surgen jugosas anécdotas. En ocasiones los encargados no han podido cumplir con los plazos de entrega aunque eso no ha supuesto ningún problema: se le prorroga el plazo durante un año más y se pasa al siguiente en la lista —tal y como le ocurrió recientemente a A.B.E.—. También resulta llamativo el conocer que hay reputados autores —M.D., L.S., P.R, J.M.— que han renunciado al encargo porque, según sus propias palabras, la consecución del premio les reportaría más deshonra que prestigio.
La principal servidumbre que arrastran este tipo de certámenes literarios es que forman parte de un entramado que, más que literario, es comercial. Que son, en su mayor parte, no una manera de promocionar la buena literatura sino una forma de obtener una notoria publicidad y de provocar un gran y masivo impacto mediático —les recuerdo que la entrega del premio Planeta se reseña hasta en el Telediario— que ayudará a aumentar sus ventas y, por tanto, sus beneficios empresariales. Y aquí es donde las editoriales, desde un punto de vista estrictamente comercial, siempre pretenderán jugar a caballo ganador. Y preferirán asegurar la venta de 200.000 ejemplares de X que apostar por Z aunque cupiera la remota posibilidad de que Z terminase vendiendo 400.000 por una razón muy simple: de Z tienen la posibilidad pero de X tienen la certeza. La pela es la pela y lo invertido en ese circo es demasiado como para correr el riesgo. Ese, por ejemplo, es uno de los motivos por los que este tipo de premios jamás queda desierto. El despliegue táctico es lo suficientemente costoso como para permitirse el lujo de que, ese año, no puedan disponer de ningún lanzamiento que permita su amortización.
Cabe remarcar dos cuestiones: una, que la jugada de encargar un premio literario tiene muchas veces por finalidad el incorporar a la editorial a acreditados autores de otra escudería. El resultado es redondo. En lugar de tentarles con millonarios anticipos y prebendas, se les tienta con el premio de un certamen de elevada cuantía y reconocimiento público con lo que la editorial aprovecha el mismo dinero dos veces, una para convocar un premio que despierta ese interés mediático y otra para captar al autor en cuestión. Más económico, imposible. Más amoral, también. Más que nada por deferencia a todos aquellos aspirantes a dichos certámenes que se presentan con su mejor voluntad y que, sin saberlo, terminan ejerciendo exclusivamente de figurantes. La otra cuestión es que la jugada —la de forzar un vencedor—, aunque en muchas ocasiones se haga por las bravas, no siempre se produce con la connivencia del jurado. En ocasiones, incluso, se guardan un poco las formas. Sobre todo cuando, como miembro del jurado, se elije a una gran personalidad reacia a ese tipo de tejemanejes pero que, con su presencia, podría dotar de cierta pátina honorable el evento. Por ello, existen determinadas fórmulas alternativas para que el editor consiga sus fines sin involucrar al comité evaluador y el proceso es tan sencillo como eficaz.
Como resulta obvio, es materialmente imposible que el jurado de un certamen literario que reciba 500 —417 en la última edición del Planeta— manuscritos se los lea todos. Prueben ustedes mismos a calcular cuanto tiempo tardarían en leer 500 libros y comprenderán lo que les digo. Por ese motivo, en todos los premios de afluencia masiva —que suelen ser los más populares y conocidos—, se instaura los denominados comités de lectura, es decir, grupos de personas que criban los manuscritos recibidos reduciendo esos iniciales 500 a diez o quince como mucho. Y esos son los que termina evaluando el jurado para emitir su veredicto final. La trampa —por parte del avispado editor— consiste seleccionar nueve manuscritos infumables —que los habrá. No sabes ustedes las cosas que se presentan a los certámenes literarios— y añadirle uno de su interés. Al jurado, aunque sospeche sobradamente la jugada —sobre todo si ya cuenta con cierta experiencia en estas lides—, no le quedará más remedio que seleccionar el único que posea algo de calidad aunque esta sea ínfima y casualmente —¡oh, maravilla!— resultará ser el introducido por el editor. A algo de eso podría estar refiriéndose Marsé cuando enunció en público lo de «seleccionar la menos mala».
Respecto a la cuestión del encargo del premio Planeta siempre surgen jugosas anécdotas. En ocasiones los encargados no han podido cumplir con los plazos de entrega aunque eso no ha supuesto ningún problema: se le prorroga el plazo durante un año más y se pasa al siguiente en la lista —tal y como le ocurrió recientemente a A.B.E.—. También resulta llamativo el conocer que hay reputados autores —M.D., L.S., P.R, J.M.— que han renunciado al encargo porque, según sus propias palabras, la consecución del premio les reportaría más deshonra que prestigio.
Pero no se vayan a creer que la cuestión se limita al ámbito del premio Planeta. La jugada es usual y afecta, por norma general, a la amplia mayoría de certámenes convocados por editoriales y cuya cuantía supere los 3.000 euros. Lo más curioso del caso es que hemos llegado a un punto en el que ya ni siquiera se guardan las formas en este tipo de connivencias. Se mercadea directamente y por lo derecho. Ya no se producen sigilosas llamadas a la vieja usanza dirigidas a los miembros del jurado para medrar en favor de determinado autor o texto: ahora se negocian los premios con los agentes literarios sobre la mesa y a cara de perro —obviamente, con los que tienen el poder suficiente para permitirse esa negociación— aunque, en ocasiones, esos convenios —para regocijo y choteo de los que conocemos el paño— acaben como el rosario de la aurora. Verbigracia: E.R., joven escritora de cierto crédito y renombre —pero más tonta que el asa de un cubo, para que nos vamos a engañar… Bueno, esto formaría parte de otra historia—, es instada por su agente, R.D.C. —que previamente ha negociado lo que había que negociar—, a participar en un prestigioso certamen literario en el que se le comunica que tendría «amplias posibilidades de erigirse en ganadora». Con las mismas, la autora pone a punto un texto, lo presenta a dicho certamen y espera pacientemente a que la llamen para pasarse por caja y recibir el importe del premio. Pero en estas, el destino —que a veces es un poco cabrón— juega su baza y resulta que al mismo certamen llega una novela que supera con creces en calidad a la de nuestra autora y que, casualmente, pertenece a un novelista de cierto impacto mediático —esto, para que se fíen ustedes de las plicas—. Los convocantes del premio vislumbran la gran jugada comercial: premiar la novela que, además de ser infinitamente mejor, proviene de un escritor que les proporcionará incluso más beneficios que su anterior elección pero se encuentran con el pequeño obstáculo de que el trato ya fue cerrado con E.R. Tras arduas deliberaciones, se opta por la novela del escritor y pueden suponer ustedes cómo montaron en cólera nuestra escritora y su agente cuando les comunicaron la decisión. El pifostio llego a tal extremo que tuvieron que prometerle a la joven escritora —y a su agente— el puesto de finalista y una indemnización adicional bajo cuerda «por las molestias causadas». Ahí es nada.
19 Comentarios
No sé si entre tus conocimientos está la respuesta a la pregunta que voy a formular; tampoco puedo saber si contestarla es posible sin jugársela a comer errores, pero allá va:
¿Puedes indicarnos cuáles, a tu criterio, son en España los concursos literarios para novela que aspiran a la honradez?
Estimado anónimo:
Como ya comenté a otro visitante en una de las entradas de este blog, es imposible particularizar en todos y cada uno de los 1500 premios que se convocan al año en España. Y, además, no es esa mi pretensión. Lo que yo trato de indicar en estas entradas sobre los certámenes literarios es un apunte que desvele los patrones generales que prevalecen en determinados tipos de certámenes. Y aún así, no dejo de reconocer que, de cuando en cuando, suelen producirse excepciones aunque, por desgracia, esas excepciones suelan limitarse a una o dos convocatorias y tengan como finalidad el «lavar la cara» de un premio desprestigiado.
En cifras globales podríamos considerar que aproximadamente una de cada diez convocatorias es, de un modo u otro, honesta. Y el que un certamen sea honorable en una de sus convocatorias no es garantía de que continúe siéndolo en las siguientes. Rentabilidades pasadas no garantizan rentabilidades futuras por lo que no existen certezas acerca de si determinado certamen en determinada convocatoria va a ser honesto o no. Esa quizá sea la nota de azar que tiene este juego. Pero, como he dicho, existen patrones más o menos fiables.
Por norma general, desconfíe de los certámenes auspiciados por editoriales. Y cuanto más alta sea la dotación, desconfíe más aún. Puede ser interesante el probar suerte en certámenes modestos convocados por entidades culturales, asociaciones y estamentos cuyo lucro no provenga de la propia convocatoria y cuya dotación no sea excesivamente alta. Algunos de ellos, aunque no dinero, conceden cierto prestigio. No me gusta categorizar en aquello en lo que tengo la certeza pero, puesto que me lo pide, le diré que dentro de este rango formarían parte —entre algunos otros— premios como, por ejemplo, el Felipe Trigo, el Ateneo de Valladolid, premio “Ciudad de Barbastro, premio «La Felguera», premio «Hucha de Oro», premio «Max Aub». Y ¡OJO!, cuando menciono esos premios en concreto no estoy poniendo la mano en el fuego por ninguno de ellos ni asegurando su limpieza de sangre. Estoy dando ejemplos-tipo de certámenes en los que se puede contar con alguna posibilidad sin afirmar categóricamente con ello que alguno de ellos no esté amañado en alguna de sus convocatorias. Y sin poder afirmar lo contrario.
Gracias por la información, que tomaré con todas las reservas que tú indicas
Elegiré uno de los certámenes por ti nombrados y enviaré, allá por el año que viene, la mejor novela que he escrito en mi vida. Con todo lo que tengo de burro, quizá suene la flauta de la fábula y te deba una mariscada.
Este blog es didáctico, interesante y parece que arranca con éxito, pero comienza a incumplir las dos leyes fundamentales y únicas de toda bitácora que se precie: el autor ha de alimentarlo de continuo y debe recibir mensajes abundantes y “jugosos”.
No puedo hacer nada para que el anónimo “bloguero” se manifieste, pero sí estoy capacitado para crear “ambiente” en los mensajes.
Esta es mi aportación, aunque se aleje de los asuntos de cabecera (no me pidáis milagros, sólo provocación -¿quién dijo esto?-)
He visto la película del Alatriste, y sólo se me ocurre una pregunta:
¿El cine sólo escoge novelas para destrozarlas?
Aclaro:
La peli del Alatriste es mediocre y la saga de Peréz Reverte es entretenida (y por tanto, buena).
Deseo la discrepancia.
Y por no alejarme del argumento de este blog, otra pregunta:
¿Cuando una editorial recibe el premio de que una de sus novelas se convierta en película, comienzan a creer en Dios?
Estimado Anónimo:
Desconozco cual es su apreciación del concepto de continuidad o periodicidad. En mi modesta opinión, la que se produce en las entradas de este blog -una entrada cada tres días aproximadamente- me parece apropiada máxime teniendo en cuenta que dependo de la buena voluntad de algunos amigos que son los que gestionan las entradas y de la cual no pretendo abusar.
Respecto a la cantidad de comentarios vertidos por los visitantes, ese es un concepto sobre el cual no puedo influir. Lo más que puedo hacer -y que, como habrá podido comprobar, he venido haciendo hasta ahora- al respecto es tratar de responder de la forma más precisa y eficiente a todo aquel que se decide a incluir un comentario en alguna de las entradas.
Tratando de contestar a sus preguntas:
No, el cine no escoge novelas sólo para destrozarlas. El problema es no asumir y entender el concepto de que el cine y la literatura son dos medios muy diferentes -en los que cada uno de ellos se rige por sus propias y estrictas pautas- para alcanzar un mismo fin: la narración de una historia. Y el conflicto se produce cuando se trata de extrapolar con exactitud milimétrica los recursos creativos, narrativos y argumentales de uno al otro. Aún así, no dejo de reconocer que hay formas más y menos dignas de llevar a cabo ese intento como, por ejemplo, "El nombre de la rosa" de Jean Jacques Annaud o "Los santos inocentes" de Mario Camus -hablando de buenos ejemplos-. Y aún en esos ejemplos podremos comprobar que en la adaptación no se narra todo lo que acontece en el libro ni se hace de la misma forma. Básicamente porque eso es imposible. Los medios son demasiado divergentes como para hacerlo. En estos casos, el mayor éxito de una adaptación cinematográfica consiste en capturar la esencia de la narración literaria -como en los ejemplos que acabo de sugerirle- y transmitirla al espectador pero nunca reproducirla fielmente. Y en ese proceso ya entra a formar parte la pericia del director y del guionista que como en todo, los hay buenos y los hay pésimos. Respecto al ejemplo puntual de Alatriste, no puedo pronunciarme porque aún no he visto la película.
Respecto a su segunda pregunta, me temo que no acabo de captar el trasfondo de la misma. ¿Se refiere a si se frotan las manos con fruición ante la perspectiva de aumentar sus ventas de forma espectacular? Obviamente, así es. Como siempre he defendido, el negocio editorial se apoya en tres puntales básicos: edición, distribución y marketing. Y es innegable que la publicidad colateral producida por un estreno cinematográfico es un marketing inmejorable y produce un relanzamiento -efímero pero muy intenso- de la susodicha novela que ríase usted de las mejores campañas de publicidad. A unas novelas, esta circunstancia les viene mejor y a otras, como el caso de la saga de Alatriste que ya era popular de por sí, les es más indiferente pero en todos los casos, es una situación muy deseable para cualquier editorial. En cualquier caso, más que la editorial, el mayor beneficio promocional de un evento de ese tipo se lo lleva el autor, que ve aumentar su fama y su caché de forma espectacular.
Un saludo,
Prometeo
Me gustaría saber su opinión acerca de los dinerales que están pagando algunas editoriales (Seix Barral, por ejemplo) por libros todavía no escritos a autores de cierto renombre pero que, en sus últimas novelas, no alcanzaron beneficios que justifiquen esos anticipos. Yo no le encuentro explicación.
También me gustaría saber cómo valoran las editoriales potentes (las del grupo Planeta, Santillana o Mondadori) la obra de autores de narrativa que publican en editoriales más pequeñas y literarias (del estilo de El Acantilado, Siruela o Lengua de Trapo). ¿Tienen parámetros para calcular por cuánto se multiplicarían las ventas de los libros de estas editoriales menores de contar con su capacidad de distribución y marketing?
Estimado anónimo:
No me resulta más extraño —aunque sí igual de inmoral y desproporcionado— que los dinerales que se pagan por estrellas del fútbol o del mundo de la canción. Hemos pasado convertir a los autores literarios en estrellas mediáticas, a valorar sus circunstancias públicas más que a su obra y así nos va como nos va. En buena lid, la viabilidad de la publicación de un texto debería marcarla la calidad intrínseca del mismo por lo que no entiendo —a no ser que se observe bajo el prisma antes indicado— esa insistencia en valorar a la persona antes que a su obra, sobre todo antes de que éste haya tenido ocasión de escribirla. Bien es verdad que alguien podrá argumentar que de lo que se trata es de fidelizar a un autor cuya eficacia resulte más que probada pero no es menos cierto que existen pruebas fehacientes de escritores que han escrito obras interesantes y que, con posterioridad, han pergeñado mierdas de lo más infame.
Con relación a su segunda pregunta, la respuesta es no. No suelen manejar esos parámetros que usted indica. Más que nada porque, salvo casos muy puntuales y excepcionales, la reedición de textos ya publicados suele ser un tema «non grato» para las editoriales. Por ese motivo no suelen dedicarse a lanzar hipótesis al respecto. Lo que si hacen es valorar la trayectoria de un autor que publica en editoriales modestas y su repercusión de cara a incorporarlo a su escudería de cara a futuras obras pero, casi nunca, de cara a las pasadas.
De acuerdo en todo con su exposición anterior. Y ahora me permito hacerle algunas preguntas, que si le resultan incómodas se las “salta a la torera” y yo quedo igual que estaba antes de formularlas:
¿Quiénes son, ahora mismo, “estrellas mediáticas” en la literatura española según su opinión? ¿Y qué valoración le mecen?
Y otra pregunta, que también puede solventar con un salto torero:
¿Existe la posibilidad de conocer su identidad aunque sea a través de un correo privado? (identificándose antes los interesados, por supuesto)?
Antes que nada convendría puntualizar una cuestión: el que un autor sea considerado una «estrella mediática» no tiene porqué conllevar necesariamente —aunque a veces lo haga— el que sea mal escritor sino que su editorial —o su agente o incluso él mismo— gusta de potenciar y de dotar de una especial relevancia a otros valores —públicos, personales o privados— distintos a los estrictamente literarios. Con todo lo que ello conlleva.
Bajo ese prisma, en la actualidad, el autor mediático por excelencia es Pérez-Reverte. También podrían adscribirse a esa denominación —entre los nacionales— a Ildefonso Falcones, Javier Sierra, Lucía Etxebarría o el pseudoescritor Iker Jiménez. De los foráneos podíamos destacar como ejemplo paradigmático al celebérrimo Dan Brown pero también podríamos incluir a Henning Mankel, JK Rowling o Stephen King. Tan sólo por poner algunos ejemplos.
Respecto a la segunda pregunta, sintiéndolo mucho y agradeciendo el interés mostrado, la respuesta es no. No tengo ninguna intención en dar a conocer mi identidad porque, como comenté en otra entrada, mi interés se centra en tratar de ayudar a los demás en la medida de mis posibilidades, no en enemistarme con más de la mitad de compañeros de profesión. Y me consta que en determinados entornos editoriales y literarios se empieza a comentar la existencia de este blog y no precisamente con palabras elogiosas. En cualquier caso le adelanto que si algún día decido cambiar de opinión, los lectores de este blog serán los primeros en saberlo.
Supongo que desde otros ámbitos, y por motivos de su profesión, recibirá prebendas más sustanciosas y necesarias, pero desde mi esquina quiero regalarle una sola palabra:
gracias.
Su sincera gratitud, amigo mío, es para mí la más grande de las recompensas. En este contexto, ni quiero ni busco ni necesito ninguna otra.
Un saludo,
Prometeo
¿Le importaría indicar que autores, en su opinión, podrían ser considerados dignos de atención en el actual panorama literario español? Me refiero a nuevos valores, a valores por descubrir o a valores poco conocidos.
Gracias por su blog. Necesitabamos algo así.
Estimado Cástulo:
Desconozco si su interés se centra en literatura trascendental, en literatura de entretenimiento o literatura a secas pero si busca usted recomendaciones interesantes y mi criterio le puede ser de utilidad, al alimón y a modo de ejemplo, ahí van unos cuantos nombres.
Un excelente escritor es Rafael Reig. Con una interesante trayectoria y textos memorables. También es recomendable echar un vistazo a la obra de Montero Glez. La calidad de lo que cuenta es bastante irregular —tiene buenas historias y algunas no tan buenas— pero es innegable la eficacia de su prosa, esa forma de escribir que llega y que traspasa. Otro autor bastante interesante es Javier Puebla que, a pesar de su irregular trayectoria, no debe ser desdeñado. Excelente cualquiera de los trabajos de Raúl Argemí.
Por otro lado hay otra cuestión que conviene reseñar. Se trata de editoriales que publican a autores cuya trayectoria es corta o poco conocida y su escaso bagaje literario no permite determinar si son buenos o, sobre todo, si seguirán siéndolo en un futuro pero que aglutinan una serie de textos de muy buena calidad. Bajo esa premisa podemos encontrar a Siruela —con una muy cuidada selección de obras y autores—, a Bibliópolis —con verdaderas joyas dentro de su colección de narrativa fantástica—, a El Nadir —que recientemente ha publicado una interesante obra de Klaus Mann—, a El tercer nombre —sus colecciones de ficción contiene algunas obras y autores muy interesantes—, a Funambulista, a Ezaro ediciones.
Esos, a voz de pronto, de carrerilla y ejercitando la memoria, son los nombres me vienen a la cabeza. Quizá en un futuro y si surge interés por ello, podría dedicar una entrada a esta cuestión. Y me gustaría terminar indicándo que hablo de estos autores y de estas editoriales, indicando sus aciertos, desde la exclusiva perspectiva del lector sin querer decir con ello que, desde un punto de vista crítico, algunos de ellos no mereciesen una entrada en este blog.
Un saludo,
Prometeo
Estimado Prometeo:
Gracias por su estupenda iniciativa,de gran ayuda para personas como yo, tan sumamente ignorante que presenté mi segunda novela al premio Primavera. Incalificable la osadía.¡Dicen que la ignorancia es atrevida, y que cierto es!Cambiando de tema, le agradecería su opinión acerca de una página,"escritores.org" a la que he enviado mi obra con la finalidad de que la lea un posible editor,previo pago de 25 euros.
Muchas gracias, me reitero, por su inestimable ayuda.
Estimado Anónimo:
La ignorancia es atrevida porque el desconocimiento del medio nos impide calibrar de forma precisa las posibilidades de los actos que tratamos de llevar a cabo. Usted no actuó ni bien ni mal simplemente desconocía el ámbito donde trataba de introducirse. Y circunstancias como esas son las que pretende paliar este humilde blog.
Respecto a ESCRITORES.ORG, lamento no poder informarle puesto que no tengo referencias precisas -ni buenas ni malas- de los servicios de pago que ofrece esa página web. No dudo de su labor y buena fe -de hecho la información gratuita que ponen a libre disposición del internauta es bastante interesante y, en cierto modo, valiosa- pero desconozco la fiabilidad con la que llevan a cabo sus trabajos remunerados. En cualquier caso y sin acusar a nadie de nada, desconfie de cualquiera que le ofrezca encontrarle editor por 25 Euros al igual que desconfiaría de la oferta de alguien que le vendiese un BMW por 300 Euros. Esas cosas, a la larga, adolecen de algún tipo de trampa.
Un saludo,
Prometeo
Estimado Prometeo
Gracias por el blog; resulta divertido, entretenido y hasta donde yo conozco bastante ajustado a la realidad.
A la consulta de Cástulo, respondes con el nombre de cuatro escritores. No conozco a ninguno de ellos, pero espero poder leer alguna de sus obras para tener una visión de lo que tú entiendes como buena literatura. Pero, enlazando con la pregunta de Cástulo, y ampliándola a valores conocidos, tanto nacionales como extranjeros, ¿podrías mencionar a algunos de tus autores favoritos?
Por otro lado, pienso, el tema de este blog, da para una novela. Ocultar la verdadera identidad y ver las reacciones que suscita en tu círculo (editorial) inmediato, debe resultar apasionante. Un poco como el mismo blog. Así que la siguiente pregunta ya te puedes imaginar cuál es. ¿Obedece el blog a un único deseo de informar a escritores noveles sobre el mundo editorial, u oculta alguna que otra intención?
Y que conste que la pregunta no está hecha con mala intención. Curiosidad, sí.
Un saludo.
Estimado Chac:
Es verdad que, en algunas ocasiones, albergo cierto regocijo ante las reacciones suscitadas por este blog, sobre todo cuando se dirigen a mí para comentármelo sin tener ni idea que soy yo el que se refugia bajo la identidad de Prometeo pero en otras soy consciente de que me juego bastante. Sé que algunos de los que buscan revelar mi identidad no lo hacen con primorosas intenciones. Y algunos de ellos -editores, críticos e incluso algún compañero de pluma- no son precisamente cualquiera. Pero, al margen de esto, puedo asegurarle que con esta pequeña aventura no busco obtener nada más que no sea la satisfacción personal de abrir los ojos a aquél que, estando al otro lado de la línea, desea pasarse a éste. No con la intención de desanimarlo ni de echar por la borda sus ilusiones. Como comentaba otro lector, "nadie puede mejorar sus futuras posibilidades si no conoce las actuales". Y eso es lo que pretendo. Ni más ni menos.
Un saludo,
Prometeo
Estimado Prometeo
Enhorabuena por su blog, estoy perdiendo mi inocencia con él.
Tengo una duda: Dice usted que desconfiemos de los premios literarios convocados por editoriales y cuyo premio supere los 3.000€. Precisamente hace poco se estuvo promocionando en mi facultad el Premio Jóvenes Talentos de Booket para universitarios, dotado con la friolera de 6.000 euros. Estaba pensando en participar pero, ¿cree que incluso éste puede estar amañado?
Yo ya no me fío.
Saludos y enhorabuena de nuevo.
Estimado Jorge:
Como ya he comentado en otras ocasiones, en España se convocan todos los años del orden de 1500 certámenes literarios. Es imposible conocer de forma precisa todas las pautas o las connivencias que rigen absolutamente todos en sus sucesivas convocatorias. Lo explicado en las entradas de este blog hace referencia a cómo se gestionan de forma general la gran mayoría de ellos en función de su origen y sus circunstancias. Del certamen que me comenta no tengo demasiadas referencias aunque, por su trayectoria, su finalidad y su leve repercusión mediática, no me parece de los certámenes candidatos a ser victima de amaños y pillerías varias. Sin embargo, también hay que tener en cuenta el famoso axioma empleado en bolsa de “rentabilidades pasadas no garantizan rentabilidades futuras”. En cualquier caso, no me parece un despropósito el probar fortuna con este certamen en particular.
Un saludo,
Prometeo
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