El proceso de publicar (II)
Tras la entrega del manuscrito y si la editorial es lo suficientemente seria —que no en todas ocurre—, éste es enviado al corrector o correctores. Lo ideal es que el texto sea revisado por un corrector de ortografía y sintaxis y, además, por un corrector de estilo —aunque es común el caso de reunir los dos tipos de correctores en una única persona—. El corrector ortotipográfico se encargará de corregir las erratas y los descuidos tipográficos, lo que habitualmente se olvida uno cuando estamos fieramente centrados en narrar una trama argumental —algunos acentos, algún fallo de concordancia, alguna letra que nos hemos comido— mientras que el corrector de estilo, más que corregir el propio estilo literario del autor —como mucha gente cree— se encarga de corregir la sintaxis y los errores argumentales y de continuidad. Como el encargado de los errores de racord en el cine. Te señala si indicaste en una determinada página que el protagonista llevaba un jersey verde y en la siguiente el jersey era azul, si al principio de la historia nombras a un determinado personaje como Juan y al final le acabas llamando Fernando —esto ocurre con más frecuencia de lo que se supone—, si determinada frase o párrafo resulta demasiado enrevesado o ambiguo. Una vez revisado el texto se lleva a cabo la maquetación previa, el diseño de las plantillas que le darán su forma final empleando las dimensiones adecuadas, definiendo la tipografía a emplear, el ajuste de márgenes, párrafos, capítulos y se imprime la primera galerada.
Con las galeradas impresas, se entrega una copia al autor para que proceda a su corrección. El autor suele contar —por término medio y según contrato— con quince días para corregir las galeradas. Una vez revisadas y devueltas a la editorial, se entregan de nuevo al corrector de la editorial para que realice una última revisión de las correcciones introducidas por el autor, poniendo especial atención en la detección de errores de maquetación —finales de línea impropios, líneas viudas y huérfanas, fraccionado silábico de palabras hecho de forma errónea, etc—.
La tarea es redundante y cíclica y debería llevarse a cabo las veces que fuese menester. Las editoriales serias realizan dos y hasta tres galeradas. Las editoriales más normales, una y gracias. Si se hace con eficiencia y corrección, este proceso viene durando en torno a tres a cuatro meses.
Una vez agotadas todas las galeradas y habiendo dado el visto bueno al resultado obtenido, el autor, por el momento y hasta la fase de lanzamiento, deja de formar parte activa del proceso. El resto es tarea exclusiva de la editorial. Se ajusta la maquetación definitiva y se imprime un cuadernillo que será, en esencia, la última y exacta prueba del formato del interior del libro y que recibe el nombre de ferro.
Mientras tanto, se procede al diseño creativo y a la definición de los contenidos de las cubiertas (solapas, portada, contraportada, etc). Este aspecto no resulta trivial ya que la portada será, en última instancia, la responsable del primer contacto que se establece entre el libro y su posible comprador. Además de acorde al contenido, las cubiertas deben poseer un diseño atractivo, cautivador y muy cuidado. A lo largo de este proceso y en función de la política de la editorial se irá consultando de cuando en cuando al autor sobre su opinión acerca del diseño aunque esto no tiene porqué ocurrir necesariamente. Con la publicación de uno de mis libros, tras entregar las últimas galeradas, no volví a tener noticias hasta el día antes del lanzamiento, cuando me encontré en las manos con un ejemplar de mi novela, con todo diseñado, aprobado e impreso por iniciativa del editor pero este tipo de casos tampoco es lo habitual.
Una vez perfilados de forma definitiva todos los aspectos relativos al proyecto, se lleva a cabo el proceso meramente industrial. Se envía todo a la imprenta y se procede a la impresión y encuadernación de los ejemplares. Mientras esta tarea se lleva a cabo, se ultiman todos los detalles de cara a la posterior promoción: se encargan los productos promocionales —hojas, folletos, marcapáginas— si procede, se escoge el día del lanzamiento en función de la ventana editorial más cercana, se define la fecha y lugar de la presentación, se informa a la prensa, se envían a los medios avances editoriales y dossiers del autor, se concertan entrevistas e intervenciones en prensa, radio y televisión.
Con las galeradas impresas, se entrega una copia al autor para que proceda a su corrección. El autor suele contar —por término medio y según contrato— con quince días para corregir las galeradas. Una vez revisadas y devueltas a la editorial, se entregan de nuevo al corrector de la editorial para que realice una última revisión de las correcciones introducidas por el autor, poniendo especial atención en la detección de errores de maquetación —finales de línea impropios, líneas viudas y huérfanas, fraccionado silábico de palabras hecho de forma errónea, etc—.
La tarea es redundante y cíclica y debería llevarse a cabo las veces que fuese menester. Las editoriales serias realizan dos y hasta tres galeradas. Las editoriales más normales, una y gracias. Si se hace con eficiencia y corrección, este proceso viene durando en torno a tres a cuatro meses.
Una vez agotadas todas las galeradas y habiendo dado el visto bueno al resultado obtenido, el autor, por el momento y hasta la fase de lanzamiento, deja de formar parte activa del proceso. El resto es tarea exclusiva de la editorial. Se ajusta la maquetación definitiva y se imprime un cuadernillo que será, en esencia, la última y exacta prueba del formato del interior del libro y que recibe el nombre de ferro.
Mientras tanto, se procede al diseño creativo y a la definición de los contenidos de las cubiertas (solapas, portada, contraportada, etc). Este aspecto no resulta trivial ya que la portada será, en última instancia, la responsable del primer contacto que se establece entre el libro y su posible comprador. Además de acorde al contenido, las cubiertas deben poseer un diseño atractivo, cautivador y muy cuidado. A lo largo de este proceso y en función de la política de la editorial se irá consultando de cuando en cuando al autor sobre su opinión acerca del diseño aunque esto no tiene porqué ocurrir necesariamente. Con la publicación de uno de mis libros, tras entregar las últimas galeradas, no volví a tener noticias hasta el día antes del lanzamiento, cuando me encontré en las manos con un ejemplar de mi novela, con todo diseñado, aprobado e impreso por iniciativa del editor pero este tipo de casos tampoco es lo habitual.
Una vez perfilados de forma definitiva todos los aspectos relativos al proyecto, se lleva a cabo el proceso meramente industrial. Se envía todo a la imprenta y se procede a la impresión y encuadernación de los ejemplares. Mientras esta tarea se lleva a cabo, se ultiman todos los detalles de cara a la posterior promoción: se encargan los productos promocionales —hojas, folletos, marcapáginas— si procede, se escoge el día del lanzamiento en función de la ventana editorial más cercana, se define la fecha y lugar de la presentación, se informa a la prensa, se envían a los medios avances editoriales y dossiers del autor, se concertan entrevistas e intervenciones en prensa, radio y televisión.
Y finalmente llega el gran día. El producto ya está en la calle y se envía a los puntos de venta a través de la distribuidora. El autor tiene entre sus manos un ejemplar de su libro y siente cómo se le humedecen los ojos, embargado el ánimo por un orgullo vano y fatuo pero orgullo paterno al fin y al cabo. A partir de ese momento, la calidad del propio texto, la fortuna y, sin duda, el buen hacer de los departamentos de marketing y prensa de la editorial jugarán sus cartas para abogar en favor del nuevo retoño pero, no se engañen. El camino no está recorrido ni mucho menos. Queda mucha travesía por delante y aunque el libro ya esté en la calle, la labor de promoción de un autor novel sin nombre ni repercusión pública es mucha y muy ardua. Pero esa ya sería otra historia.
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